COLEGIO SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS - HERMANAS BETHLEMITAS
CENTENARIO 1907—2007
Un pueblo vale por su cultura intelectual y por el alto nivel moral de sus gentes. Zapatoca ha sido siempre un pueblo preocupado, constante y esmerado por la educación integral de sus hijos. Por eso ha podido ofrecer a nuestra Patria y al mundo una pléyade de hombres y mujeres ilustres en el saber y en la virtud; varios obispos, sacerdotes, religiosos en diferentes órdenes, más de 500 profesionales en todas las ramas del saber humano: sabios magistrados, congresistas, gobernantes, elocuentes oradores y apostólicos maestros en ambos sexos, que hoy son corona inmortal de las juventudes que han pasado por sus manos.
Muchos colegios nacieron de la necesidad imperante de educar a la juventud ávida de conocimientos; fueron muchos los centros educativos que se formaron, siendo el primero del que se tenga historia que se cristalizó, según Acta del 5 de agosto de 1821, de reunión efectuada en la Iglesia, con el cura de entonces y los ciudadanos Vidal Plata y Julián Serrano, con dos maestros, uno para niños y otra para niñas; esto nos indica el espíritu que existía para que las gentes de entonces crecieran en la verdad. Muchos establecimientos nacieron en el siglo XIX, al impulso de la necesidad y muchos patricios zapatocas fueron los artífices de que el mundo de hoy pueda contar entre sus gentes, con personas capacitadas para llevar sus ideales más allá de las fronteras.
Entre estos colegios, a pesar de las embestidas de los vientos modernos, ha perdurado por 100 años (101, en el 1008) el del Sagrado Corazón de Jesús, regentado por la Congregación Bethlemita, comunidad fundada, en Guatemala en el año 1658, por el Hermano Pedro de San José Betancur.
Pbro. Dr. CLAUDIO ACEVEDO GÓMEZ:- FUNDADOR.
No podríamos hablar de la construcción del Colegio del Sagrado Corazón de Jesús, sin tener en cuenta el carisma de su fundador, don Claudio Acevedo Gómez. Este benemérito sacerdote nació en Zapatoca, el 28 de agosto de 1863, fruto de un cristiano modelo de hogar conformado por don Ignacio Acevedo y la matrona, doña Elena Gómez. Según consta en el Acta de Bautismos, libro 4, folio 542 de 1863, su verdadero nombre fue José Claudio Carmen Acevedo Gómez; fue registrado como hijo de Dios el día siguiente de su nacimiento, como se acostumbraba en esa época, ya que todos los hijos de la Zapatoca de entonces, eran frutos de hogares entregados totalmente a la voluntad de Dios y por consiguiente a pocas horas de llegar al mundo, eran entregados al Altísimo. Sus abuelos, gentes también de profundas raíces cristianas fueron, por línea paterna, Carmen Acevedo e Ignacia Gómez (antiguamente el nombre de Carmen también era masculino por el amor que los zapatocas le tenían a la Virgen del Carmen); por línea materna, Jesús Gómez y Hermenegilda Serrano; fueron padrinos, Joaquín y Dolores Acevedo; las aguas bautismales fueron derramadas en su cabecita por el Párroco de entonces, el Dr. Pedro Guarín.
Uno de los cruentos episodios de nuestra patria fue aquella guerra del 60, en el siglo XIX, larga y devastadora como pocas. Las pasiones políticas se caldearon al rojo vivo y el país quedó sumido en un caos de odio y miseria que afectó por muchos años la vida de los pueblos. Una de las víctimas de aquella hetacombe fue, en Zapatoca, don Ignacio Acevedo, hombre de alcurnia y distinción, pero también de un brioso temperamento político. Cárceles y multas llovían sobre él, sin que lograses hacerlo ceder en la defensa de sus ideales. Cuando por enésima vez llegaron a aprenderlo los jenízaros de Mosquera hasta su casa de Gachaneque, huyó por el alto del mismo nombre, descendiendo por los empinados riscos que llevan al río Suárez, con tan mala suerte que pegó su cabeza contra una piedra, pagando con su vida el tributo a la sangrante deidad de nuestros odios políticos. Atrás quedaba una viuda deshecha y seis huérfanos, cuyo último vástago fue José Claudio.
Los primeros años discurren con inmensas privaciones, pero para ventura suya encuentra en su cuñado, Telmo J. Díaz, un alma que comprende la suya y que le ayuda en la consecución de sus ideales que desde el primer momento se cifran en la educación religiosa, así que resuelve brindarle el apoyo económico, que le faltara en el hogar destruido. El seminario era la suprema meta de sus aspiraciones: el servicio de Dios le reclama con las mismas voces que a Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz; por encima de las exigencias de los pensules oficiales va oteando en el callado recinto de las bibliotecas nuevos horizontes para su espíritu. Cuando, recién terminada su carrera eclesiástica, se funda el Seminario de Tunja, sus maestros lo escogen a pesar de su juventud para que sirva el cargo de Vicerrector de dicho Instituto; tan tremendo debió ser el esfuerzo mental, ya que se trataba de una obra en proceso de desarrollo, que vino un cruel zarpazo del destino para truncar bruscamente y para siempre, esta carrera iniciada bajo tan halagüeños auspicios, que lo hubieran llevado por natural proceso de selección humana a escalar las más altas preeminencias eclesiásticas; tanto esfuerzo por llevar a sus discípulos hasta la cima de lo sagrado, produjeron en él una aguda crisis de agotamiento mental, un “surmenage”, que le obligó a suspender sus labores intelectuales, debiendo regresar a su tierra nativa a ejercer el divino ministerio. Pero, como Dios “escribe derecho sobre renglones torcidos”, nuestro benemérito Claudio, tenía en Zapatoca tareas urgentes por cumplir.
Como enamorado de la educación fundó, en el año 1912, el Colegio de San Luís, para varones, ayudando con su propio peculio a los mozalbetes aventajados, que por falta del metal dorado no podían escalar las metas estudiantiles; igual hacia con los estudiantes del Socorro, Tunja y Bogotá, sin exigir otra recompensa que el callado goce de las buenas acciones. ¿No era esta., acaso, la mejor manera de servir al preciado terruño al cual vinculó siempre sus más caros afectos?
Fundó también para divulgación ideológica un semanario, “El Impulso”, uno de los primeros órganos periodísticos en la historia de Zapatoca. Aquí están, pregonando el ejercicio de su misión apostólica y su amor a Zapatoca, obras de aliento en beneficio de su Dios y de su tierra: en primer término, el Hogar San José y el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús, para los cuales, salvando muchas dificultades que se interpusieron en su realización, trajo a Zapatoca la Comunidad de las Religiosas Bethlemitas; hizo un largo y penoso viaje con el objeto de traer a los RR.PP. Dominicos para que regentaran el Colegio de Santo Tomás, que tan buenos frutos dio al mundo, bajo la austera dirección, posteriormente, de los Hijos de Don Bosco; el barrio y la Institución de San Vicente de Paúl que, con otros claros varones de la Villa, logró llevar a la realidad; la Biblioteca Pública y el Templo Parroquial también supieron de su eficaz ayuda. En fin, cuántas nobles empresas se llevaron a cabo en Zapatoca, desde 1890, hasta 1928, contaron con él, como su gestor unas veces y otras como su animador entusiasta y decidido.
Un día triste y lluvioso, el 9 de noviembre de 1928, a la edad de 65 años, cuando se encontraba en un almacén de la calle real, comprando telas para sus hijas del Hogar San José, por efectos de un paro cardíaco, falleció repentinamente. Su partida de defunción se encuentra en la Parroquia, libro 9, folio 23-147, de 1928.
COLEGIO DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS:
Corría el año de 1907 y por estos lares la vida pasaba tranquila y silenciosa; las contiendas civiles no lograron menguar la fisonomía clásica y altiva de una raza que, si tiene del honor un concepto desafiante, también sabe quemar sus inciensos en los templos de la paz; abuelos patriarcales de procera estirpe, sentaron sus reales al amparo de estos cielos abiertos y apacibles y modelaron una casta robusta de hombres y mujeres, que de sol a sol, rendían sus tributos al trabajo, arrancando de la esterilidad de la tierra, el fruto que da el pan para la vida; por sus montañas y colinas, sus manos encallecidas y recias trazaban el pentagrama de las sementeras y la Villa crecía, con sus casonas amplias, rodeadas de helechos que hacían la delicia de los duendes y fantasmas que merodeaban en las noches heladas, según los eventos que la viejecita de nevada cabellera susurraba a sus vástagos para aquietarlos un poco y hacerlos dormir. En el día era la brega, el esfuerzo, el afán casi atormentado para quebrantar la insolencia de los surcos que se negaban a la remuneradora bendición de las cosechas. Por la noche, a la luz deficiente de las lámparas, mientras brotaba de los labios la plegaria bendita del rosario, la dulce viejecita, de mirada diáfana y pura, oteaba desde la cima de sus años, el horizonte risueño de su prole.
Alegres juventudes recorrían los caminos de la Villa buscando nutrir su inteligencia con la lectura de los cánones obligados de la época, con la esperanza de completar su aprendizaje en el calor proyectado de la enseñanza religiosa. Por aquellas calendas discurría por el burgo un benemérito sacerdote, cuyo nombre todos conservamos en urnas de reconocimiento y gratitud; Zapatoca le debe sentimientos de amor, por la labor incansable a favor de las juventudes ávidas de conocimientos.
Sobre todo la mujer que busca la satisfacción que da el sentirse preparada suficientemente para cumplir a cabalidad las funciones de esposa, madre, de ama de casa, con las enseñanzas que le proyectaban los colegios femeninos de la época, en lo relacionado con su condición femenina: modistería, bordados, tejidos…; recordamos, con efusión al Pbro. Claudio Acevedo Gómez, gestor incansable de la traída de la Congregación Bethlemita a estas tierras, con la anuencia de la entonces Superiora General de la Congregación, madre María Luisa Salinas; el 11 de diciembre de 1906, después de transitar por duros caminos, llegaron las cuatro primeras religiosas para abrir sus corazones a la juventud zapatoca, pues el Orfelinato de San José, ya existía por esa época; fueron la madre Cecilia Rosero y las Hnas, María Luisa Arciniegas, Úrsula Ramírez y Eufrania Ángel, quienes se hospedaron en la casa del Orfelinato, y, en la mañana del 19 de febrero de 1907, el Sagrado Corazón de Jesús abría sus brazos para recibir la chiquillería alegre que se congregaba en sus claustros; a la voz de la campana, 31 alumnas iniciaron su preparación para seguir resonando hasta hoy. Durante 100 años (101- 2008) su luz ha iluminado el camino a todas las generaciones que han pasado por sus aulas, recibiendo la luz de la esperanza y aprendiendo a separar las espinas de las rosas, en el duro transitar de la existencia.
La madre Cecilia Rosero estuvo al frente de la nueva obra de apostolado durante cinco años, realizando la tarea más difícil: echar los cimientos de la educación femenina, contando solamente con la generosidad de los zapatocas, movidos por el celo del fundador de esta obra de caridad y educación. Le sucede la querida madre Amelia, a quien le correspondió el traslado del colegio a un local más amplio de dos casas unidas, en la esquina de la actual calle 22, con la Cra. 9; allí permanece durante otros cuatro años, continuando la dirección del Colegio, las madres Encarnación, María del Carmen y Guadalupe, en dos casas un poco más amplias que el dr. Claudio Acevedo hacía comprado para el Orfelinato, en la carrera 9, entre calles 22 y 23. Infortunadamente, el egregio fundador de la Institución fallece, en forma inesperada, el 9 de noviembre de 1928, dejando en la Comunidad Bethlemita, como en los zapatocas, un profundo dolor, pero con el ferviente deseo de seguir en la lucha por llevar el colegio a su meta definitiva, porque la bendición que desde el cielo les impartía su benefactor, las impulsaba a seguir el camino.
Continuaron como directoras del apostolado educativo, en una época que se prolongó hasta 1953, las religiosas, madre Javier Cedano, hermanas Ana Rita Figueroa, Isabel Yépez, María Acevedo, Matilde Aguirre, Estela Valencia y Concepción Sosa, cuyos nombres deben figurar entre las grandes benefactoras de la educación. Hasta entonces, el colegio había funcionado con bastante incomodidad, pero con mucho espíritu, en una sola casa, con el Orfelinato San José; en 1952, la señora Isadora Díaz de Acevedo, en un gesto de desprendimiento, donó al colegio la amplísima casa que fue cuna de su familia, en la esquina de la calle 22, con cra. 10, a cuya donación se unieron los Pbros. Hermógenes Plata Acevedo e Isaías Ardila Díaz, junto con el dr. Ignacio Vicente Díaz Acevedo, quien donó la mansión de su familia; y el dr. Ulpiano Arenas, cede la pequeña casa que se hallaba situada junto a la Capilla de Jesús. La nueva superiora del Colegio, madre Magdalena Niño, con gran amplitud de miras y una gran confianza en el Corazón de Jesús, compro las otras residencias que circundaban la manzana, excluyendo, por lógica la parte correspondiente al Orfelinato, contrató los servicios del Ingeniero italiano Guido Burci y con el pensamiento puesto en el porvenir, idearon juntos los planos ambiciosos de una gran edificación.
A la entusiasta y providencial iniciadora del nuevo edificio, sucedió la madre Carmen Rosa Duque. Esta ilustre mujer había sido Prefecta del Colegio, durante 13 años; ahora le correspondió completar 18 más de devota y alegre dedicación a su colegio; al terminar su labor de Superiora logró dejar funcionando el colegio en la parte construida del nuevo edificio, ya como obra separada del Orfanato desde 1958, a las superiores Ana Luisa Bonilla, Ana Joaquina Tobòn y Rosa María Isaza; luego vendrían Ana María Serrano, nacida en Zapatoca, con Graciela Restrepo, Elvira Álvarez y Josefina Díaz; en la década de los 80, llegan como Superioras, Martha Sofía Serrano, Guillermina Solano, Ana Lucía Otero, María de los Ángeles Castaño, Ángela María Muñoz y otras tantas hermanas, dulces y buenas, sabrosas como el pan, deliciosas como el vino, que fueron en nuestra niñez las mejores amigas y las más comprensivas de las madres; ellas, con callada e increíble labor durante tantos años, con poca ayuda de la ciudadanía y sin auxilios oficiales, lograron levantar este edificio que abarca toda la manzana y que hace verdadero honor a la ciudad y que podría descollar en cualquier lugar de nuestra Patria, por su amplitud, su sencilla elegancia y el acierto de su acondicionamiento pedagógico.
Parte muy importante en la terminación del edificio, cuya bendición se celebró el primero de junio de 1958, fue la labor de la hermana Catalina Serrano, ecónomo del Colegio desde 1972, hasta el día de su muerte ocurrida el 8 de marzo de 1982; con su innegable amor a la Congregación levantó la clausura de la Comunidad y arregló con los frisos todo el exterior del edificio del Colegio. Su muerte fue, para la comunidad Bethlemita y Zapatoca, las directivas del Colegio y sus alumnas, un acontecimiento triste y lamentable.
La querida Capilla de Jesús Nazareno, levantada en 1839 por la devoción del Pbro. Pedro José Guarín y que fue cedida a la Congregación Bethlemita por Resolución No. 19047-A del 07 de diciembre de 1956, emanada de la Sagrada Congregación, forma parte del conjunto emocional del Colegio, porque las generaciones que por sus ámbitos han pasado, han podido beber de la Eucaristía la preciosa Sangre del Maestro y encontrar en Él, la fuerza necesaria para transitar por el camino de la vida.
La aprobación de los estudios de Comercio se obtuvo por Resolución No. 2928 de 1952, durante la dirección de la madre Estela Valencia, graduándose en ese año las primeras seis alumnas: Agripina Acevedo Acevedo, Aminta Martínez Reyes, Alicia Rincón Galvis, Celina Plata Forero, Inés Serrano Gómez y Olga Serrano Serrano; en 1953, se graduaron doce alumnas; en 1954, cuatro, y así sucesivamente, hasta 1964. Siendo superiora la madre Ana Joaquina Tobón, se obtuvo la aprobación de la Primaria; posteriormente, en los años 1966 y 1969 respectivamente, fueron aprobados el Bachillerato Comercial y el Académico, siendo Superiora la madre Rosa María Isaza; en 1965, aparecen las primeras graduandas como “Auxiliares de Contabilidad y Secretariado”. A partir de 1986, únicamente funciona Bachillerato Académico, hasta 1995 y de 1996, en adelante, las alumnas se reciben en Bachillerato, con especialidad en Comercio e Informática.
Hasta el momento, desde 1952 que aparecen las primeras graduandas, hasta el 2007, el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús ha entregado al mundo, bajo la toga de las egresadas un número considerable de alumnas.
En cuanto a la población masculina, el Colegio ostenta con orgullo, entre las “Flores de nuestro jardín”, el hecho de ser la cuna de la educación de innumerables religiosos, como también varones beneméritos que se encuentran dispersos por el mundo con la ilusión de volver a su Colegio a recrear el espíritu con los ecos del recuerdo; entre los muchos sacerdotes, con honor mencionaremos a Monseñor Ciro Alfonso Gómez, quien falleció siendo Obispo de Socorro y San Gil; Monseñor José de Jesús Pimiento Rodríguez, Arzobispo emérito de Manizales; Monseñor Jorge Ardila Serrano y muchos más, que para enumerarlos tendríamos que dedicar mucho espacio.
lunes, 6 de julio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario